Cualquier acto de racismo es despreciable, pero mucho más aún si cabe si se comete contra un niño. Y si además se trata de un niño discapacitado, el episodio es horrible.
Un matrimonio había ido a cenar a un restaurante con sus cuatro hijas de tres a nueve años, una de ellas con síndrome de Down. A mitad de la cena, otro comensal molesto por el juego de la niña discapacitada le recrimina a los padres: “Cuando se tienen hijos mongólicos es mejor quedarse en casa”.
Para no herir ulteriormente a su hija, el padre no ha reaccionado a la ofensa, pero no ha querido que pasara en silencio este acto de incivilidad y lo ha contado en una carta al diario Tribuna de Treviso. “Lo he hecho para que hechos similares n o vuelvan a suceder –escribe el padre-. EN un instante, ese hombre ha logrado destrozar una tranquila cena, pero no he querido que mi hija asistiera a un escándalo, que hubiera transformado un bello recuerdo en un trauma”.
Desgraciadamente, no es un caso aislado de racismo. Ayer mismo el diario oficial de La Santa Sede, L’ Osservatore Romano, denunciaba que existe demasiado racismo en Italia. Y algunos casos, como el insulto idiota de Treviso, son brutales e intolerables.
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