Gran polémica ha creado el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos de Estrasburgo (Francia) al declarar
la presencia de los crucifijos en las aulas «una violación de los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones» y de «la libertad de religión de los alumnos».
El joven Sami Albertin, cuya madre planteó el caso ante el citado Tribunal, debe ser muy sensible y delicado como una mimosa si, como él dice, ¨se sentía observado¨por los ojos de los crucifijos colgados en las paredes de su clase. Si eran tres, como él recuerda, eran demasiados, pero turbarse es quizás un poco exagerado. Así comienza su artículo hoy en el Corriere Della Sera, el escritor Claudio Magris, Premio Principe de Asturias de las Letras, respetado intelectual laico que ha hecho uno de los análisis más lúcidos de esa sentencia del Tribunal de Estrasburgo.
Dice Magris que es contrario a cualquier Concordato que establezca favores a una Iglesia y no a otras, pero la sentencia es un paso atrás en la lucha por la laicidad que es eficaz solamente si no elimina el sentido común¨.
El hecho de que el Gobierno italiano haya mostrado su gran contrariedad con la sentencia y haya anunciado que la recurrirá, le permite a Claudio Magris hacer esta consideración:
¨En Italia la sentencia es un regalo anticipado de Navidad a Silvio Berlusconi, al que se le ofrece una imprevista y gratísima ocasión de presentarse con la imagen, muy poco acorde con él, de defensor de la fe, de los valores tradicionales, de la familia, del matrimonio, de la fidelidad, que aquel hombre en la cruz ha venido a enseñar. Ha venido para todos, y por tanto también para él, pero este regalo de Navidad no se lo hace el niño Jesús, sino más bien ese rubio y vivaz Papá Noel que dentro de pocas semanas nos cansará y tocará insoportablemente las narices, a diferencia de aquel nacido nacido en un pesebre¨.
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